Pues sí, yo era una chica simpática. Simpática, agradable y
solícita. Dispuesta a pasarlo bien y a hacérselo pasar bien a los demás –no sé
por qué esta frase me suena a muy de prostituta pero confío en que sabéis a lo
que me refiero-, siempre de buen humor, con el optimismo por bandera y con un
excelente talante…
Hablaba con todo el mundo –siempre he sido de hablar por los
codos, así que no sé de qué me quejo con la pelirroja-, me gustaba conocer gente
nueva y hacer nuevos amigos y, como ya he comentado alguna vez, siempre he
gozado de gran empatía por lo que me era fácil ser comprensiva y tolerante casi
con todo el mundo, pero ahora… Ahora vivo tan estresada que ladro a todo aquel
que se cruce en mi camino y que no me facilite la vida, sí, en esas estamos,
estoy en la faceta egoísta de creer que todo el mundo tiene que ayudarme con lo
mío…
Y me vuelvo muy loca cuando alguien no me deja paso con el
carrito –máxime cuando voy hasta arriba de bolsas y con la tendinitis en fase
terminal- o cuando no sólo no me abren la puerta del centro comercial sino que
me la cierran en la cara, cuando se sientan en los asientos rojos del autobús y
ni siquiera me los ofrecen cuando llevo al pelirrojismo encajado en la cadera
lisiada y los ojos a punto de salírseme de las órbitas de agotamiento, cuando
se me cuelan aprovechando que estoy desnortada con la nena y cuando son malos
conmigo que es casi siempre o eso creo que yo, que ya he dicho que estoy en
fase ‘hágame la vida más fácil, gracias’…
Así que cuando la gente es malvada y yo entro en estado de
locura severa arraso por donde voy y atropello los pies de los que no me dejan
paso y pongo mi mirada de desprecio a las que no me dejan el asiento –para
reclamarlo aún me falta empuje, qué le vamos a hacer- e incluso soy capaz de
soltar alguna: ‘Es que no ve usted que tengo que pasar, señora…’ con voz de asesino en serie exaltado.
Esto no sería un problema si yo sólo fuera desagradable con
los malos, pero es que ya le voy tomando gusto al asunto y no hay quien me
pare. Y a veces pongo la cara de doberman por puro placer.
Y cada vez tolero a menos gente, qué queréis que os diga,
que no tengo tiempo de aguantar pamplinas, que bastante tengo yo con lo mío
para escuchar las penas de los desconocidos que me asaltan en cualquier esquina
y que me dicen cosas del tipo: ‘Es que no sabes lo cansado que es trabajar en
jornada intensiva, comer fuera y luego ir a clases de inglés, menos mal que
hago yoga o que me tomo una cervecilla con los colegas, pero en serio, no sabes
lo que cansa… Ojalá estuviera como tú, así tranquilita con tu niña en casita’…
¿No voy a poner cara de doberman? Pues eso.