La vida está llena de complicaciones para los padres,
imagino que para castigarnos por traer al mundo niños gritones que arruinan la
paz de los demás, como ayer en la playa, que a una guiri que leía feliz en su
hamaca casi le da un ictus cuando nos vio aparecer con los pelirrojos y dos
millones de trastos e instalarnos a su lado a darle el día, con lo contenta que
estaba. Indudablemente, y teniendo en cuenta que se comió de tres a cuatro
palazos de arena, merecíamos un correctivo.
Como siempre.
Nosotros complicaciones tenemos muchas porque llevamos una
vida muy mala de estreses variados y porque nos gustan las comedias extremas y
los dramas y los aspavientos como si fuéramos una obra de Lorca, así que cuando
la pelirroja me mandó un vídeo al trabajo anunciándome que se le movía un
diente, me temí lo peor. En breve iba a tener que encarnar al Ratoncito Pérez
con lo poco que me gustan a mí lo roedores y la ansiedad tan mala que me da
actuar con nocturnidad y alevosía con el corazón al borde del infarto de pensar
que me van a pillar. Que es ver una película de ladrones y tener que esconderme
en el baño cuando sortean las alarmas y las luces ésas como láseres para
hacerse con el diamante más valioso del mundo, así que imaginaros la noche de
Reyes, que me tengo que tomar tres tilas antes de inflar el primer globo.
Bueno, pues ahora además de Papa Noel y Rey Mago también me
toca ser Ratoncito Pérez, en una tripolaridad la mar de mala de engaños y
subterfugios hacia la prole, de esperar hasta la madrugada para que estén bien
dormidos, pegando cabezadas en el sofá como una octogenaria con el cuello
estrosaíto, de comprobar que no hay moros en la costa, de colocar los regalos
andando de puntillas, de sudor frío en la frente y de ver tu vida pasar delante
de tus ojos cada vez que se mueven u osan a darse la vuelta en la cama para
dejarte infartada viva.
La pelirroja como no escatima en esfuerzos para tenerme al
borde del colapso decidió que el diente se le caería en festivo y de noche,
para que no pudiéramos preparar nada, que a ver que no es que fuera a hacerle
una recepción oficial al ratón pero qué menos que un sosiego y un pensar y un
planear el asunto que era el primer diente y eso no es tema baladí.
Pero no, la niña decidió que un domingo a las nueve era el
mejor día, así que la opción regalito estaba descartada y casi mejor porque yo
soy una mujer de tradiciones y lo de las monedas me molaba más, pero claro, la
idea era ponerle junto a cuatro o cinco euros, algunas chuches o algo para
animarle el cotarro que yo por un incisivo muero. Así que una vez que la dormí
hiperexcitada y con su ratón de fieltro con bolsillo atesorando el diente, me
tocó tirarme a las calles con los ojos hundidos en la nuca de agotamiento
extremo, a buscar un chino o un algo donde conseguir unas cuantas gominolas o
piruletas o un paquete de Orbyt de eucalipto que el nivel iba bajando a medida
que las pupilas se me empequeñecían.
Y lo logré, pero cuando llegué a la casa descubrimos que no
teníamos apenas monedas, nada más que de las puercas y como la niña, que ya
sabe de euros porque la seño lleva un mes trabajando con el asunto, se
encontrara cuarenta céntimos debajo de la almohada no sólo me los tiraba a la
cara sino que denunciaba al roedor a la Asociación de Consumidores por esta
venta ilegal por debajo de los precios de mercado.
Total, que ante la idea de tener que volver a bajar en busca
de cambio o de que bajara el pater y quedarme con el pelirrojo y la preparación
de la pantomima a solas, optamos por dejarle un billete de 20 euracos, igual
con suerte a la mañana siguiente le podríamos dar el cambiazo por uno de cinco
una vez que lo metiera en la hucha. Como veis somos padres súper responsables y
buena gente.
El proceso fue duro. Porque si hacer de Reyes es complicado,
hacer de Ratoncito Pérez y tener que meter la mano debajo de la almohada entre
los tirabuzones pelirrojos es de nota. Luego tienes que meter el dinero y los caramelos
nuevamente bajo la almohada en el mismo sitio, a no ser que justo cuando vayas a hacerlo, la niña te
coloque la cabeza en tu zona de acceso así que te toca encalomarte con la espalda
fracturada para llegar al otro extremo sin tocarla siquiera, no vayas a
despertarla, para que justo entonces pises a la Barbie Costurera y ésta empiece a
cantar como una loca mientras la pelirroja se mueve a un lado y al otro y el
pelirrojo toca palmas desde el pasillo.
Por suerte no se despertó ni por el trasteo ni por la música
ni por la bola de caramelos que levantaba la almohada y que imagino que dejó a
la niña con las cervicales para el arrastre, pero dadas las prioridades, eso
era una mal menor. Daños colaterales lo llaman.
El problema fue que en a las cinco de la mañana mientras maldormía, me acordé de
que la pelirroja había colocado queso y galletas para el ratón y me levanté como alma que lleva el diablo para tirarlo antes de
que se despertara, que un desprecio así del roedor le hubiera partido el
corazón. Pero justo mientras cogía los trozos vi a la niña moverse más de la
cuenta y tratar de abrir un ojo con el tiempo justo de meterme en la boca los
trozos manoseados de queso y dos restos de galleta y engullirlos como un
rumiante antes de que la niña me pillara con la manos en la masa.
Pero no, al final la muy perraca no abrió los ojos y yo me
volví a acostar con la sien derecha latiendo y el sentimiento de culpa de haber
roto la dieta a caraperro y de una manera tan triste. Como recompensa, la niña
no cabía en sí de gozo cuando despertó y vio que el Ratoncito Pérez había
llegado y yo, también, de pensar que habíamos superado la prueba con éxito. Eso
sí la alegría me duró hasta dos días después cuando a través del móvil del
páter me mandó un vídeo al trabajo con cara de psicópata emocionada para
anunciarme que ahora se le movía otro diente...